En el marco de la celebración del día mundial de la Salud Mental, la Organización Panamericana de la Salud comparte el lema y la campaña “#Haztuparte para la reducción del estigma y discriminación en salud mental“.
Tal campaña incluye diferentes estrategias, entre algunas de ellas está la protesta y la educación para generar conciencia en todos los ámbitos, incluido el del trabajo. Así mismo, actividades dirigidas al público en general para ayudar a comprender las condiciones de salud mental, especialmente compartiendo historias de vida de personas que se vieron afectadas por actitudes segregativas y estigmatizantes. El último eje es el de la legislación, las políticas y los derechos para todas aquellas personas que viven con problemas de salud mental.
Una de las estrategias más prometedoras para la reducción del estigma en salud mental, a partir de considerar la investigación disponible, es la del contacto social. De aquí nacen los llamados enfoques basados en el contacto, que involucran a personas que han tenido experiencias adversas en relación a su salud mental y recuperación. Este contacto ayuda a aumentar la empatía, las conexiones personales y emocionales y mejora la comprensión. A pesar de los esfuerzos de colectivos y agrupaciones por reducir la discriminación, continuamos atravesados por una brecha que nos separa a nivel personal, familiar, comunitario y social: la marca del otro diferente que nos hace extraños para nosotros mismos. El estigma, un hilo invisible, hilvanado a nuestras percepciones y creencias. Que por cierto, tiene una larga historia, como larga es la historia de la conquista de los derechos en salud mental.
Una de las iniciativas de la campaña que llamó mi atención, es la de instalar un banco pintado de verde en diferentes lugares públicos, que invita a sentarse y conversar, a contarle a otro cómo nos sentimos, a dar y recibir apoyo, involucrarse y compartir afectaciones. Recordé la estrofa de una canción que fue reinterpretada por varios artistas de diferentes países, en ocasión de la pandemia del Covid-19 para transmitir un mensaje alentador en medio de la catástrofe:
“Con las alas del alma desplegadas al viento
atesoro lo humano cuando tiendo las manos
Hoy me sentaré en uno de estos bancos e invitaré a Gabriela Mistral y a ustedes a sentarnos para que escribamos un recado, y de este modo nos animemos a romper silencios, con miles de formas y gestos. Ella en su recadeo ya nos dijo:
“La dolencia en general es una especie de región que se va aprendiendo, de país al cual se va entrando sin sentirlo, en un sordo deslizamiento. Ella es una segunda patria, país duro por no sabido, pero cuyos caminos nuestros pies acaban por cavar, según pasa con los otros…se vuelve llevadera, convivible”.
Le pediré que me cuente sobre aquel “Sanatorio-Liceo”[1], “todo un campo de esperanza que refresca ojos y alma”; tanto como el deseo de una vida libre de estigmas. Que nos enseñe de esa “casa de humanidad doliente donde se cultivan las ‘Humanidades’ dichosas”, sin miedo y con valentía. Intuyo que ella nos dirá con las alas del alma: Hagan recados, hoy, y cada día.
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